Semióticas tocadas: la nueva alfabetización escénica según Isabel Villanueva y Antonio Ruz

Isabel Villanueva y Antonio Ruz. Fotografía y vídeo promocional por La Famosa Productora

“La danza puede revelar todo lo misterioso que se esconde en la música, y tiene el mérito adicional de ser humana y palpable. La danza es poesía con brazos y piernas”. Con estas palabras plasmadas en su novela La Fanfarlo, Charles Baudelaire demuestra que, efectivamente, aunque esencialmente abstracta y efímera, la música también posee corporalidad propia; oír significa ser tocado a la distancia. Aunque ese toque constituye un fenómeno asombroso ya en sí mismo, Isabel Villanueva y Antonio Ruz con su nuevo proyecto Signos demuestran que puede ser llevado a un nivel aún más elevado, no solo uniendo las cualidades singulares de la música y la danza, sino también anunciando los futuros lenguajes de la expresión escénica.

Villanueva, galardonada con numerosos premios a nivel internacional y alabada por tales revistas prestigiosas como The Strad y Pizzicato Magazine, ya ha demostrado su maestría musical en varias ocasiones a lo largo de su brillante carrera. Esta vez, no obstante, en unas circunstancias tan diferentes de sus logros anteriores, Villanueva propone junto con Ruz un proyecto que complementa su genio y demuestra que este no se limita solo a la maestría técnica, sino que consiste en un dominio holístico de la materia sonora cuyo elemento esencial e indispensable es también la humildad y respeto hacia el cuerpo y sus diferentes modos de expresión. En esas exploraciones corporales resultó clave el acompañamiento de Ruz cuya sensibilidad a las poéticas no convencionales del baile junto con el refinado taller práctico desembocaron en una verdadera sinergia creativa. En efecto, elaborado durante talleres a modo de búsqueda, Signos constituye una propuesta humilde y estrechamente personal. Más bien que un dictado de una visión concreta, se trata entonces de exponer una sinestesia libre, un fruto espontáneo del encuentro de las dos mentes creativas.

El programa musical del espectáculo facilitado al público, aunque compuesto por obras pertenecientes a dos polos opuestos, es decir, el clásico Bach y el contemporáneo Kurtág, evoca más bien la forma clásica del recital y no anuncia todavía el carácter rupturista de la actuación. Ni siquiera lo hace el arranque la propia función, pues la salida de Villanueva, vestida de negro, solo con viola en un escenario oscuro, mantiene el público en suspense mientras suenan las primeras notas. Solo al ver la interacción corporal entre Villanueva y Ruz, uno comprende el diálogo trascendente que establecen en el fondo el autor de la polifonía alemán con el compositor contemporáneo húngaro. En efecto, esta yuxtaposición sonora de dos mundos musicales refleja a su vez el carácter de la kinesia de la función, es decir, el diseño de las acciones físicas que toman los intérpretes. El viola, sujetado firmemente en las manos de Villanueva y reflejando un elegante brillo de madera, funciona como el componente clásico, y aunque ya la misma violista dota a su instrumento de nuevos significados, por ejemplo al usar el arco a modo de espada, es la intervención coreográfica de Ruz que complementa la traducción de las nociones clásicas a un nuevo sistema de signos contemporáneos.

En esta cooperación cinética de los dos cuerpos, al principio parece que Ruz toma la iniciativa y guía a Villanueva, como un maestro a una aprendiz, introduciéndola paulatinamente en el mundo de la danza contemporánea, una dimensión que, como indica la misma violista, solo comienza a explorar mediante su propia actuación. No obstante, pronto resulta que dicha relación está lejos de ser simplemente unidireccional, como si de un maestro y una aprendiz se tratara, pues su complejidad aumenta mediante las sucesivas intervenciones sonoras por parte de Villanueva quien no solo mezcla asimismo las diferentes tradiciones de Bach y Kurtág, sino también dinamiza notablemente la proxemia, es decir, las relaciones entre el cuerpo, el espacio y la escenografía que en su totalidad componen los Signos.

Como consecuencia, en una puesta de escena minimalista compuesta por un espejo, una mesa y una silla, los intérpretes establecen relaciones que, al fluctuar libremente entre la dimensión visual y sonora, evocan un amplio espectro de asociaciones, apostando siempre por un extenso margen de interpretación. En este sentido, los signos visuales, destacados además en el mismo título, pertenecen al alfabeto de un idioma que no hablamos habitualmente, pues se trata de un lenguaje estrechamente experimental. La abundante semántica de este idioma no se deja abarcar con reglas fijas, pues cada espectador debe escribir su propio diccionario de asociaciones.

En definitiva, además de ofrecer una propuesta experimental que fusiona las diferentes poéticas del sonido y el cuerpo, Signos demuestra la necesidad de seguir enfrentándose con los nuevos lenguajes de expresión. Tanto la música como la danza son disciplinas que han acompañado al hombre desde sus orígenes y que cuentan con abundantes tradiciones, de las cuales muchas no han perdido nada de relevancia hasta el día de hoy. No obstante, a la hora de contemplar las obras antiguas con sus modos de lectura bien establecidos, uno no debe dejar el esfuerzo de decodificar las creaciones contemporáneas y sus signos. Aunque todavía se encuentren en fase de formación experimental, esos signos llegarán a constituir nuestros nuevos códigos culturales. Lenguajes de los que no deberíamos ser analfabetas.

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