Del logos al corpus: pasión amorosa traducida a nuestros tiempos

 

Puesta en escena de “El Cantar de Cantares” en el Museo Universidad de Navarra

 

“Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor, ni al amor hay cosa más natural que volver al que ama en las condiciones e ingenio del que es amado”, indica Fray Luís de León en la primera traducción del Cantar de los cantares a la lengua castellana del año 1580. Más de cuatro siglos más tarde, surge una traducción igual de revolucionaria, pues si bien Luís de León tradujo en papel un código de escritura al otro, el director teatral Ignacio García lo hace sobre el escenario, esta vez contando con varios lenguajes de unos modos de expresión diferentes.

El primer lenguaje se manifiesta ya antes del comienzo de la función y es el propio del desempeño fotográfico representado por la obra de José Ortiz Echagüe. Los cuatro hombres retratados en la obra Siroco del Sáhara acompañan a los espectadores a la hora de sentarse en las butacas. La atmósfera mágica que emerge de la imágen, destacada aún más por la singular textura del soporte fotográfico manipulado novedosamente por el fotógrafo guadalajarense, constituye la primera puerta de acceso a la diégesis que va a manifestarse en cualquier instante. Aunque los paisajes del sur de España y el norte de África capturados por Ortiz Echagüe junto con sus vastas superficies desiertas logran establecer referencias explícitas al relato bíblico gracias a la similitud del espacio, la parte más enriquecedora de esta intertextualidad va más allá. La selección de las fotografías demuestra que los creadores comprendieron el valor humanista de la obra de Ortiz Echagüe con el que, como indican en las entrevistas, sintieron una conexión significativa a la hora de idear la propuesta escénica. En consecuencia, el Cantar de Cantares cuenta con una abundante muestra fotográfica que dialoga constantemente con los hechos representados sobre el escenario, enriqueciendo asimismo los códigos de lectura. Todo eso ya a nivel del fondo. Pasemos ahora de la forma a la propia sustancia.

El segundo lenguaje manifestado es, desde luego, el propio hecho teatral. Los tres personajes: Esposa (Ana Cris), Amiga (Rita Barber) y Esposo (Julián Ortega) no tardan demasiado en entrar sucesivamente en un escenario vacío, manteniendo desde el principio una coreografía cuyo fuerte dinamismo recompensa plenamente la escasa escenografía que parece probar la primacía de la sustancia sobre la forma y, a su vez, estar de acuerdo con el concepto de la poesía de Luís de León, según el cual es recomendable "que el estilo del decir se asemeje al sentir, y las palabras y las cosas fuesen conformes".

Cabe destacar, no obstante, que la primera vía de expresión que anticipa ese espectáculo corporal es el canto de la Amiga. Los cantos de distintos orígenes seleccionados por García están fuertemente arraigados en las culturas hispanas. En consecuencia, este carácter folclórico e incluso místico permite a la Amiga dotar a su canto con una carga emocional excepcional. Mientras tanto, la misma Amiga, el portavoz de dicha gran emoción sonora, desempeña un rol mixto, oscilando entre un comentador extradiegético de los hechos a modo de coro griego y un participante activo dentro de la diégesis quién interactúa ocasionalmente con los dos protagonistas de la narrativa bíblica: la Esposa y el Esposo.

Igual que en el relato original hebreo, la narración del Cantar de Cantares presenta a los dos amantes metidos en un bucle circular compuesto por búsquedas y reencuentros constantes. Esta dinámica emocional se expresa mediante el medio artístico más propio del hombre: su cuerpo. En efecto, las fases de búsqueda ponen a los personajes en una separación que despierta en ellos una fuerte perplejidad e inquietud, incluso se manifiesta como una amenaza destructiva. Para expresar tales vivencias, los autores no se limitan en cuanto a los recursos formales. Salidas del escenario al público, balanceos sobre una bota de vino sujetada con cuerdas en alturas, incluso la ampliación del espacio escénico mediante proyecciones digitales, todos esos recursos sirven para expresar el dolor del alma separada de su ser querido. Un dolor al que le ponen fin los esperados reencuentros que, al combinar la pasión y la desesperación, desembocan en unas uniones íntimas en las que no cabe nada más sino la pasión sexual por excelencia. Los cuerpos de la Esposa y el Esposo, interpretados por Cid y García, dejan de ser unidades separadas y, mediante las admirables capacidades de los intérpretes sometidos a una kinesia extraordinaria, acaban siendo uno.

Si bien esa unión tras la cual subyace una pasión e intimidad esencialmente sexual se expresa, por una parte, mediante una kinesia y proxemia propias de la dramaturgia estrechamente contemporánea, por otra está el componente textual antiguo del siglo XVI. La traducción escénica de la obra de Luís de León seguramente habrá levantado preguntas sobre la materia prima textual de la que deriva. Si bien la pasión de los amantes expresada en la sagrada escritura funciona como un logos, aquí adquiere el corpus, incluyendo los diversos aspectos de la carnalidad humana, a menudo lejana del carácter solemne de la contemplación bíblica a la que la cultura cristiana occidental nos iba acostumbrando a lo largo de los siglos. La cercanía íntima, antes expresada en la escritura mediante palabras y a menudo dejada a declaraciones incompletas, aquí se manifiesta en uniones dramáticas de los cuerpos de los intérpretes que, para explicitar su pasión amorosa, no dudan en arrancar fragmentos del traje.

En efecto, la decisión de mantener el texto castellano del siglo XVI y combinarlo con el lenguaje corporal contemporáneo, incluyendo una expresión notablemente más explícita, ha dado como fruto una construcción semántica especial que, aunque puede parecer contradictoria al principio, pronto destaca la complejidad y la atemporalidad del mensaje originado ya siglos antes del Cristo. Un mensaje que, como demuestra la propuesta escénica de García, al tratar de la experiencia esencialmente humana, puede resonar con las sensibilidades y códigos particulares de todas las épocas, incluyendo la nuestra.

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